UN NUEVO HORIZONTE EN LA PERSPECTIVA DE IGNACIO ELLACURÍA

         En España, con motivo del primer encuentro «de religiones abrahámicas» celebrado en Córdoba, en 1987, expresó Ignacio Ellacuría públicamente la necesidad de encontrar una perspectiva y unas bases  comunes para superar positivamente los conflictos nacionales e internacionales.

          Su ponencia en aquel encuentro fue un «Aporte de la teología de la Liberación a las religiones abrahámicas en la superación del individualismo y el positivismo». De hecho, ese mismo año durante el verano, con motivo de unas Jornadas de reflexión y diálogo celebradas en la Biblioteca de la Universidad Iberoamericana de La Rábida (Huelva), sobre las implicaciones sociales y políticas de la Teología de la Liberación, Ignacio Ellacuría volvería a reiterarla misma idea, instando a la reconciliación salvadoreña, con el fin de hacer posible un proceso de democracia real y de convivencia pacífica. En esos momentos, España y Europa eran el lugar idóneo para expresar en alta voz su pensamiento, con el fin de que llegara a los Centros de decisión y de poder Internacional.

         A primeros de noviembre de 1989 Ellacuría recibía en Barcelona el Premio de la Fundación Comín, otorgado a la UCA de San Salvador. Mientras, el Gobierno de aquel país temía no poder frenar la presión de la Guerrilla en la propia capital de San Salvador. Ellacuría adelantó su regreso a El Salvador sobre el 13 de noviembre, para intentar mediar una vez más en pro de la paz y la convivencia. Pero, como altavoz de la Teología de la Liberación, dado su prestigio intelectual y su valiente denuncia de la situación del país, como defensor de la liberación del pueblo y de las mayorías populares, se había granjeado la enemistad de algunos sectores financieros y militares que le amenazaron con insistencia para callar su voz.

         El 16 de noviembre de 1989 fue asesinado por soldados salvadoreños del propio Ejército Nacional, en la residencia de la Universidad, junto con los jesuitas Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Armando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López. Fueron también vilmente asesinadas Elba Julia Ramos, persona al servicio de la Residencia, y la hija de ésta, Celina, de 15 años. En la actualidad, el cuerpo de Ignacio Ellacuría yace enterrado en la capilla de la UCA.

         Su obra Filosofía de la Realidad histórica fue publicada post mortem por el profesor de Filosofía Antonio González. En ella queda patente «a modo de conclusión» que «la verdad de la realidad no es lo ya hecho; eso sólo es una parte de la realidad. Si no nos volvemos a lo que está haciéndose y a lo que está por hacer, se nos escapa la verdad de la realidad…» El texto reproduce lo dicho en un ensayo de Ellacuría sobre «el objeto de la filosofía». Para Ignacio Ellacuría «hay que hacer la verdad… hacer aquella realidad que, en juego de praxis y teoría, se muestra como verdadera.»

         En definitiva esa fue la constante intelectual y la práctica de Ignacio Ellacuría: tener claro que «la realidad y la verdad han de hacerse y descubrirse, y que han de hacerse y descubrirse en la complejidad colectiva y sucesiva de la historia, de la humanidad». Ese fue, sin duda, el objeto de su pensamiento y de su acción y compromiso en la praxis histórica de su vida. 

         Desde Senatus Trianae, tras esta aportación de uno de sus miembros, entendemos que ese es el nuevo horizonte de final de año 2021. La realidad, en la que históricamente nos encontramos, se nos presenta compleja, dinámica y abierta. Necesitamos, pues, de una praxis comprometida de transformación y de solidaridad internacional por el camino de la paz.

THOMAS PIKETTY

Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA

     Thomas Piketty es una economista, profesor universitario y escritor francés, que ha dedicado especialmente su atención a la economía de la desigualdad.

         En su documentado libro «El Capital en el siglo XXI» en cuyas 650 páginas ha volcado 15 años de investigaciones, se remonta 250 años atrás para extraer datos económicos que demuestran que se produce una concentración constante del aumento de la riqueza, que no se autocorrige y que aumenta la desigualdad económica. Este fenómeno ya fue pronosticado por Carlos Marx hace más de un siglo cuando hablaba del proceso de   acumulación del capital cada vez en menos manos, y es un hecho que hoy en día cada vez son los menos los que tienen más y más los que tienen menos.  La solución que propugna el el profesor Piketty es una redistribución de la riqueza por medio de un impuesto mundial sobre la misma.

         Su relación con la Revolución Francesa viene dada porque en una entrevista concedida a la revista Ideas el pasado 28 de noviembre, cuya lectura recomendamos calurosamente, relaciona los privilegios que hoy se otorgan a las grandes fortunas, con lo ocurrido a finales del siglo XVIII cuando la nobleza se negaba a pagar  impuestos.

         Siquiera sea muy someramente, vamos a ver algunos rasgos de aquella época. Cuando Luis XVI convoca los Estados Generales, Francia está segmentada por estamentos: la nobleza, el clero y el llamado estado llano, que estaba constituido por la burguesía y era la única que pagaba impuestos, pues tanto la nobleza como el clero estaban exentos de ellos. Esta división estamental es una herencia medieval de los «Bellatores” (Los guerreros), los «Oratores» (Los clérigos) y los «Laboratores» (Los que trabajaban y pagaban diezmos e impuestos económicos, de trabajo forzado en las tierras del señor o en especie y, en definitiva, los que mantenían tanto a los guerreros como a los clérigos que también estaban exentos del pago de impuestos.

         En cuanto al pueblo francés que, junto a la burguesía, va a tener un importante papel en la Revolución Francesa de 1789, esta sojuzgado por portazgos, gabelas y explotado por los otros estamentos hasta el punto de que, en vísperas de la Revolución, está literalmente muerto de hambre y a veces no tiene ni pan que llevarse a la boca. Hay que señalar que este pueblo francés que sufría estas terribles condiciones de vida, no tenía representación política, es decir, no estaba presente, al menos directamente, entre los tres estamentos que formaban parte de la Asamblea constituida en los Estados Generales.

         La Revolución iniciada en París y extendida por toda Francia, acabó con la sociedad estamental, aprobó la Declaración Universal de los Derechos del Hombre e inventó uno de los lemas más hermosos de la historia humana: «Libertad, Igualdad, Fraternidad». A partir de aquí, la nobleza perdió sus privilegios, las mujeres y los hombres fueron ciudadanas y ciudadanos que pagaban sus impuestos, por toda Europa cayeron las monarquías absolutas y ya nunca el orden social volvió a ser el mismo.

         Piketty afirma que la distribución económica actual y sus derivadas sociales entre la población son insostenibles y que, como en el siglo XVIII, habrá un estallido que acabará con los privilegios de las grandes fortunas.

         Finalmente, Piketty concluye diciendo: «La pregunta es si el cuestionamiento de este sistema se hará en el desorden o de manera apaciguada, como prefiero. Yo soy un intelectual: He elegido escribir libros, no ser guerrillero».