PROPAGANDA INDEPENDENTISTA
Con frecuencia se comenta en los medios de comunicación, especialmente en las numerosas tertulias políticas, la importancia de la propaganda que hacen los independentistas a favor de sus planteamientos, tanto a nivel nacional como internacional, y la incidencia que tiene sobre la opinión pública y no sólo en nuestro país, también en Europa y en el resto del mundo.
Lo curioso es que esos medios y esos tertulianos son los principales propagandistas de las acciones independentistas. Ellos nutren permanentemente esa propaganda y a un precio insignificante para las actuaciones de personajes de bajísima estofa, así como de las acciones de sus organizaciones políticas.
Es frecuente, además, que esos medios den una importancia desmedida a la previsible valoración que hagan, de España y de los españoles, en terceros países sobre el proceder de las instituciones del Estado en relación con los cabecillas de los movimientos independentistas que actúan al margen de la ley.
Se comportan como si el país y sus gentes fueran adolescentes y estuvieran bajo la tutela del resto de Europa y del mundo, a quienes tuviera que rendir cuentas permanentemente de todas sus acciones, como si la soberanía nacional no existiera.
Al parecer, en España, no hay forma de desterrar los complejos de inferioridad que se imponen desde hace siglos en las mentes de los ciudadanos de nuestro país. Quizás porque los dirigentes los padecen en mayor grado que el ciudadano medio.
Carecería de sentido y sería contrario a la propia esencia de la democracia y de la libertad de expresión, que se pidiera o se intentara que los medios de comunicación no informaran o callaran las noticias que originan los movimientos independentistas pero sí sería una petición razonable, para bien de la sociedad española, que disminuyeran los espacios y los tiempos que dedican al tema y que actuaran sin complejos ante nadie porque, además de resaltar su importancia y darle propaganda gratis, marginan otras noticias y materias de gran importancia para la vida de los ciudadanos de este país que se silencian sin olvidar, además, la imagen que trasmiten de sentirse inferiores.
Sobre el proceder del gobierno de la Gran Bretaña ante los gravísimos conflictos a los que se enfrentó en Irlanda del Norte, son datos históricos los siguientes: suspendió en cuatro ocasiones la autonomía de esa parte del país, además de mandar al ejército allí para dejar bien claro que las leyes están para cumplirlas y el Estado para hacer que sea así. Lo hizo sin ningún tipo de complejo y la comunidad internacional respetó tal decisión sin rechistar.
Quizá deba ser el gobierno el primero en dar ejemplo, con su proceder, a los ciudadanos para intentar eliminar el complejo de inferioridad que tanto les afecta. El problema es que el propio Gobierno del PP estuvo constantemente en entredicho, defendiendo estabilidad y constitucionalismo sin hacer crítica siquiera de la propia corrupción interna y sistémica del partido que lo sustenta.
A pesar de todo, el gobierno del PP contó y el actual cuenta con el suficiente apoyo de los otros dos partidos constitucionalistas, para aplicar del artículo 155 de la Constitución siempre que sea necesario el tiempo preciso, y quizá se deba hacer con mayor rotundidad, para que en Cataluña impere el Estado de Derecho y no una situación práctica de “ruptura”.
En relación a la tan traída y llevada “Euroorden”, si su aplicación no cumple con los fines previstos, cuando fue aprobada por los países de la Unión Europea, y tan sólo es útil para que la justicia de determinados países hagan una impresentable demostración de su desconfianza hacia la justicia de otro miembro de la UE, lo mejor es eliminarla.
España está en su derecho de plantear en los
organismos pertinentes de la UE la conveniencia de su derogación, dado que está haciendo un daño irreparable a los fundamentos sobre los que se mantienen la Unión Europea, y por supuesto negarse a aplicarla.
El Estado Español tienen la obligación de liberarse de complejos y demostrarlo a todo los ciudadanos, que es el momento de salir de ese círculo de incoherencias en el que se han movido los españoles durante demasiados años.
Ahora bien, el Estado Español debe retomar las exigencias de solidaridad interterritorial y, a su vez, debe también regenerarse y no generar en su seno más división social, actualmente grave.