LOS POPULISMOS DEMAGÓGICOS
Tras la victoria electoral de Donald Trump para la presidencia de los Estados Unidos de America, es evidente que el círculo del populismo en Occidente se ha cerrado y ha llegado a un grado alto de implantación.
Posiblemente es la hora de que las sociedades occidentales intenten digerir la situación, con la esperanza de llegar a un final afortunado, y no tenga lugar un vómito similar al que sufrió el mundo a consecuencia de la indigestión de aquella mezcla de nacionalismos y populismos, dominante en algunas potencias europeas, asiáticas y americanas durante el primer tercio del siglo XX. El vómito fue la segunda guerra mundial.
Las generaciones más jóvenes no tienen una idea ni aproximada de la catástrofe espantosa que fue aquella contienda apocalíptica, con el prólogo de la guerra civil española, ni de sus consecuencias; de ahí, quizás, el grado de inconsciencia ante los movimientos populistas actuales. Pues una cosa es tener un sentido populista para la defensa de los intereses del pueblo, consecuentes con la democracia (en cuanto que autoridad del pueblo), y otra bien distinta caer en el populismo demagógico, contrario a la democracia en cuanto que dominación tiránica del pueblo o, en no pocos casos, halago instrumental de la plebe al servicio de una personal ambición de poder político.
Establecidos algunos matices, nadie puede ya negar el desarrollo y la proliferación de los populismos en Occidente. Incluso se podrían hacer dos grandes grupos con unas propuestas diferentes según la ubicación geográfica de los países donde se desarrollan, lo que se une también a una situación socioeconómica determinada de los mismos.
Los movimientos populistas en Europa y América, tienen bases similares al ir todos en contra de los sistemas establecidos. En consecuencia, formulan soluciones fáciles, casi mágicas, por su simpleza para los problemas del “pueblo”, que es quien tiene que ejercer directamente el poder pues es la única democracia válida, siempre que lo hagan bajo la dirección de sus líderes a los que no pueden ni tan siquiera cuestionar. Están, por supuesto, en contra de la democracia representativa y de las instituciones democráticas a las que califican de corruptas, dando, además, nueva vitalidad a los nacionalismos, siempre que los mismo líderes tengan el poder, porque también se apoyan en la decisión directa del pueblo.
Hay, no obstante, diferencias importantes, entre las dos corrientes populistas, pues unos son marcadamente de izquierdas con exaltación de los regímenes comunistas y otros lo son de derechas neoconservadoras y racistas, con signos que se aproximan a las ideas fascistas.
El populismo francés con el Frente Nacional, el populismo alemán con Alternativa para Alemania, el populismo en Austria con el Partido de la libertad de Austria, el populismo húngaro con JOBBIK, el populismo holandés con el Partido de la Libertad, el populismo británico con UKIP, Demócratas de Suecia, Verdaderos Finlandeses, Partido Popular Danés, el populismo USA con Tramp…. Éstos son, entre otros, los populismos de derechas más conocidos. Todos están implantados en países de los llamados del Norte, se entiende que por su riqueza y supuestamente por el alto nivel formativo y cultural de su población, así como por su ubicación geográfica.
Los populismos de izquierda se sitúan en el Sur, se entiende por lo tanto que están en países más pobres y de nivel cultura y formativo más bajo. Valgan, a modo de referencia, los siguientes: Syriza en Grecia, el movimiento Cinco Estrellas en Italia, Unidos Podemos en España, que se pueden enlazar con los regímenes sudamericanos de Venezuela y de Nicaragua, entre otros.
Es difícil el papel de la Socialdemocracia en esta situación pero, dicha opción, está obligada a recuperar la iniciativa con programas de gobierno que puedan neutralizar a los populismos demagógicos, al ofrecer soluciones viables para los problemas de los ciudadanos con la profundización y ampliación de los Estados de Bienestar, una mayor redistribución de la riqueza, terminar con los tremendos desequilibrios salariales y cuantas medidas favorezcan la igualdad de oportunidades, así como luchar contra la corrupción y consolidar las instituciones democráticas.
Lo imprescindible es volver a fomentar la Cultura Política de la Solidaridad y conseguir que las sociedades occidentales digieran la situación nefasta que persiguen instalar los populismos, con el fin de que el vómito no tenga lugar. Ya lo dice el refrán, frente a los riesgos de deterioro, naúseas y mareas, pérdida del conocimiento y destrucción, “mejor prevenir que curar”.