EL CASO JORDI PUYOL Y LA POLÍTICA DE ESTADO
Cuando las instituciones del Estado Democrático se corrompen, no importa por qué razón, se inicia un camino que conduce a la tiranía. En ese sentido intentó gobernar Jordi Puyol, al frente de la Generalidad Catalana, durante los muchos años de su mandato, al asimilar sus intereses personales corruptos con los de la Comunidad Autónoma de la que era presidente.
Esa es la triste realidad. Fue así hasta el extremo de organizar concentraciones ante el palacio sede de la Generalidad de Cataluña, en la Plaza de San Jaime en Barcelona, que podían recordar, en el sentido del Estado soy yo, a las que organizaba el tirano ante el Palacio Real en la plaza de Oriente de Madrid.
La herencia política del líder catalán ha intentado, de hecho, marcar para sus paisanos un rumbo imposible de seguir, porque es el adecuado a sus intereses personales y a los de sus socios no a los de los ciudadanos de Cataluña.
Los resultados de la querella presentada por la Fiscalía General del Estado, en 1984, con petición de procesamiento contra varios directivos de Banca Catalana por apropiación indebida, falsedad de documento público y mercantil, y maquinación para alterar el precio de las cosas, entre los que se encontraba Jordi Puyol, es un ejemplo de los frutos de las artimañas políticas que corrompen las instituciones.
El pleno de la Audiencia de Barcelona en noviembre de 1986 decidió sobre la petición de procesar a Jordi Puyol. Resultado: 33 magistrados votaron en contra y 8 se pronunciaron a favor.
En 1990 la Audiencia de Barcelona decretó el sobreseimiento definitivo del sumario, de cerca de 65.000 folios de documentación, contra los antiguos consejeros al no encontrar indicios suficientes de delito, aunque consideró que se pudo llevar a cabo una gestión imprudente e incluso desastrosa.
Las opiniones y actitudes de algunos políticos de la época sobre la querella de la Fiscalía General del Estado, ampliamente documentada y más que justificada, son dignas de recordar.
Miguel Herrero de Miñón, del PP, dijo: Siento que es un disparate desde todos los puntos de vista.
Roca de CIU se lo tomó con mucho nerviosismo.
Marcos Vizcaya, del grupo vasco, manifestó: La presentación de la querella es una maniobra del Gobierno para desacreditar a la Institución de la Generalidad y a su presidente.
Santiago Carrillo, del PCE, afirmó: La presentación de la querella me parece algo extraño. Las consecuencias de intentar implicar en el caso a Jordi Pujol, de cuya moral no dudo, me parece un grave error político.
Alfonso Guerra del PSOE, comparó a Jordi Puyol con Ruiz Mateos y fue el único que se aproximó a la verdad. Después se calló y no quiso opinar sobre la oportunidad de la presentación de la querella contra dirigentes de Banca Catalana.
Todos los responsables políticos que se pronunciaron en su día sobre la querella de referencia deberían explicar, ante la soberanía popular, las razones de que lo hicieran pues con sus pronunciamientos desfavorables a su tramitación ayudaron, indirectamente, a que la justicia se inhibiera y no profundizaran en el caso que ahora resurge.
En definitiva, la historia de tantos comportamientos lamentables respecto a la transparencia público-privada deteriora las instituciones del Estado Democrático.
El presidente Maragall (PSC) dijo en el Parlamento Autonómico Catalán (febrero 2005) dirigiéndose a CIU: Ustedes tienen un problema, y ese problema se llama 3%. La acusación velada de corrupción institucionalizada, por cobro de comisiones, quedó en el aire, pero nadie pidió una investigación y por supuesto el Ministerio Fiscal ni se inmutó, quizá ahora tenga que hacerlo si realmente se profundiza en el caso Pujol, lo que aún está por ver.
La regeneración política, tan necesaria en este país, exige una limpieza a fondo de instituciones y partidos políticos. Lo lamentable sería que se intentara llevar a término por medio de movimientos populistas, pues los resultados forjarían una realidad aún más lamentable de la que padecemos.