EL AGUA Y SUS MINISTROS
En los últimos tiempos los señores ministros responsables del Medio Ambiente, tanto del PP como del PSOE, muestran una rara obsesión por el mal uso, en su opinión, que los ciudadanos hacen del agua. Como si el líquido elemento se destinara fundamentalmente, en este país, a la higiene de los ciudadanos.
Se ha repetido hasta la saciedad que en Andalucía menos del siete por ciento del agua dulce que se utiliza se hace en los hogares, el resto hasta el cien por cien va a la escasa industria y sobre todo a la agricultura.
El señor Arias Cañete, andaluz de adopción, tiene el empeño, que ya apuntaron anteriores ministros del ramo, de que los ciudadanos españoles lleguen a ser tan puercos, en lo que a higiene personal ser refiere, como los británicos y los germanos. Al parecer ignora que nada hay más saludable que la limpieza y que los españoles la han tenido por una cualidad personal de la que presumir.
El dicho, tan usado en este país: “Soy pobre pero limpio y honrado”, la clase política está dispuesto con sus mensajes y sus conductas, poco ejemplares, a subvertirlo para que diga: “Además de pobre soy sucio y corrupto”.
Durante los últimos tiempos la clase política ha cometido, en este país, las mayores barbaridades en los campos más diversos, sobre todo en obras publicas. Han construido aeropuertos de los que no salen aviones y por lo tanto a los que tampoco llegan. Autopistas de peaje, con el aval del Estado, por las que no circulan suficientes vehículos y que tienen previsto nacionalizar. Estaciones en los trazados del Ave donde ni bajan ni suben pasajeros, así como líneas de ferrocarril de alta velocidad que no se utilizan porque no tienen los viajeros necesarios. Tranvías que nunca se han puesto en marcha y otros para los que no han terminado las vías que necesitan para circular. Polideportivos en cientos de pueblos que están en ruina por falta de uso y mantenimiento. Ciudades de las Ciencias y de las Artes, Centros Cívicos y Estadios Olímpicos que apenas si se utilizan; así como monumentos, de altísimo costo, para el autobombo de políticos descerebrados. Todo un despilfarro de recursos que ha ayudado, sin duda, a que prolifere la corrupción, a incrementar el déficit público y a la implantación de la crisis que padecemos en la actualidad.
Por contraposición a la megalomanía y a pesar de tanto desmadre no han cumplido, sin embargo, con el compromiso que España contrajo con Bruselas, para lo que recibió las correspondientes subvenciones, de construir y mantener las instalaciones necesarias para depurar todas las aguas negras, las aguas residuales procedentes del uso de los ciudadanos.
Los señores ministros no se enteran, a pesar de tener cientos de asesores técnicos en los ministerios, que el agua no se consume. El agua se utiliza en los hogares, se ensucia como consecuencia de su uso y después se reintegra al ciclo que normalmente sigue el agua en la naturaleza, algo similar ocurre en los otros usos. De ahí la enorme importancia que tiene el depurarla antes de verterla, pues con frecuencia la naturaleza no tiene la capacidad necesaria para hacerlo con la velocidad y en las condiciones adecuadas, para impedir que contamine con los componentes que arrastra y haga daño en el medio ambiente.
Depurar las aguas que es justamente su obligación, es lo que no hacen las Administraciones Públicas. Tales incumplimientos, al parecer, el señor ministro los ignora pero regaña a los ciudadanos por limpios y les recomienda que se hagan guarros, para bien de su patria.
Las tecnologías permiten, en la actualidad, diferentes grados de depuración del agua. Están perfectamente definidos y pueden llegar hasta el extremo de que las aguas negras se puedan llevar a ser aguas potables, para que el ciudadano pueda volver a utilizarlas como tales.
En la mayoría de las ciudades españolas los ciudadanos tienen la fortuna, no gratis por cierto, dado que además de pagar sus impuestos tienen que costear tales servicios, de disponer en sus viviendas de agua potable de primera calidad y así debe continuar la situación.
La clase política responsable debe promover que las aguas se depuren con la mejor tecnología a nuestro alcance. En consecuencia le corresponde potenciarse la investigación, en estos campos, para disponer de las mejores y más rentables técnicas. ¿Con que fin? Conseguir que el agua se recicle y los ciudadanos disfruten de ella al precio más económico posible, para que sigan siendo limpios y honrados pero lejos de la pobreza.