LOS PLANES DE PENSIONES, UN TIMO BIEN ORGANIZADO
Un trabajador, que cotizaba a la Seguridad Social desde su primera juventud, logró con sacrificios ahorrar una cantidad significativa, en relación a los ingresos que tenía, que depositó en diferentes cartillas de ahorro. El sistema además de asegurarle la cantidad que acumulaba le daba un pequeño interés que compensaba con algo más la perdida del valor de sus ahorros a causa de la inflación.
El hombre pensaba que, gracias a la pensión que recibiría del Estado y a aquellos ahorros, podría mantener el nivel de vida cuando se jubilara.
Las campañas publicitarias, la insistencia de los políticos, los familiares, los amigos, y los empleados de los bancos donde tenía sus cartillas de ahorros lo convencieron para que suscribiera un plan de pensiones. El hombre lo hizo y fue trasladando sus ahorros al plan. Lo que le supuso algunas bonificaciones en su declaración anual de la renta, que apenas notó.
Cumplió la edad de jubilación y procedió al rescate de su plan de pensiones. La sorpresa se produjo al constatar que, lo que en sus cartillas de ahorro le hubiese aportado cien, gracias al plan de pensiones le supuso en realidad treinta. Su airada reclamación en el banco tuvo una respuesta contundente por parte de la entidad: “Debería de estar contento ya que, aparte de lo que tenía que pagar a Hacienda, por los beneficios en sus declaraciones anuales de la renta, sus perdidas, a causa de la crisis, habían sido menores que los de la mayoría de los suscritores de planes de pensiones. Sin olvidar, además, que muchos trabajadores, que accedieron a planes de pensiones con sus empresas, lo habían perdido todo por el uso delictivo hecho por los mismos directivos a causa de las dificultades económicas de las entidades.
En realidad, el único consuelo del trabajador era que podría sobrevivir gracias a su pensión del Estado, a la que había contribuido a la largo de su prolongada vida laboral.
Periódicamente se organizan jornadas técnicas, de las que últimamente hemos padecido una en Sevilla, y campañas propagandísticas, en torno a la dudosa viabilidad futura de las pensiones del Estado y de las bondades de los planes privados de pensiones y de jubilación. Están orquestadas perfectamente por los banqueros y sus secuaces, entre los que se encuentran numerosos miembros de la clase política que, impulsados por la avaricia aspiran a formar parte en el futuro del Consejo de Administración de alguna entidad bancaria o de grandes empresas afines.
Es fácil de comprender que los banqueros pierdan el sueño al pensar en las cantidades ingentes de dinero que manejan los Estados en los planes de pensiones, que están fuera de su control directo, y el sinnúmero de tinglados que podrían montar con ellos, para engañar y explotar a los ciudadanos, en las formas más diversas, amén de los cuantiosos beneficios que podrían llenar aún más sus insaciables bolsillos.
Lo más indignante de estos montajes es que los apoyen los políticos y que hablen, por sistema, para replantear el mismo problema con incógnitas que nunca despejan. Trasmiten intencionadamente las dudas sobre la viabilidad del sistema estatal de pensiones, que funciona en este país y en otros del entorno, con el fin de asustar a los ciudadanos y llevarlos a terrenos propicios para que los saqueen.
Hablan de las pensiones que paga el Estado como si se tratara de un donativo que se hiciera a los trabajadores, no de una obligación con la que tienen forzosamente que cumplir y que será responsabilidad de los gobiernos de turno hacerlo a costa de lo que sea, porque en caso contrario los ciudadanos tendrían que romper con cualquier pacto social con las consecuencias que tal situación podía arrastrar, sin la menor duda nada buenas.
Hay que tener siempre presente que las pensiones que el Estado paga son contributivas, lo que significa que los perceptores reciben lo que le corresponde tras haber pagado a lo largo de su vida laboral una cantidad considerable, atendiendo a obligaciones que establecieron los responsables políticos que ostentaban el poder.
Finalmente no debe olvidarse que muchos de los trabajadores que han cotizado no llegan a cobrar la pensión que le corresponde o lo hacen durante poco tiempo, sin que se contemple que la cantidad económica mínima a la que tuviera derecho, debidamente cuantificada, podría pasar a sus herederos.
Tómese nota de lo dicho si de verdad quiere fortalecerse el Estado Social y Democrático de Derecho, pues el Interés General debe siempre primar sobre el Interés Particular.