JULIO RODRIGUEZ MARTINEZ Y JOSE IGNACIO WERT, DOS VIDAS PARALELAS
Julio Rodríguez Martínez, un granadino de Armilla, que fue miembro numerario del Opus Dei, catedrático de Cristalografía, Mineralogía y Mineralotecnia y procurador en las Cortes Franquistas, ocupó la Cartera de Educación durante unos meses en el último gobierno de Carrero Blanco. El tiempo fue poco pero suficiente para que el señor ministro dejara una muestra de los disparatados planes que tenía para la educación en nuestro país.
La transformación más significativa que comenzó a poner en marcha fue la que se llamó jocosamente la reforma Juliana, se entiende que por el nombre del ministro y por referencia al calendario Juliano. La misma consistía en comenzar el curso académico el día siete de enero de cada año, para finalizarlo en el mes de diciembre, con los correspondientes ajustes de los periodos vacacionales, etc.
La prueba se hizo con el primer curso de las carreras universitarias, lo que permitió a una promoción de universitarios disfrutar de siete meses de vacaciones extras. El rechazo fue tan rotundo en todos los sectores relacionados con la enseñanza y con la población en general, que el plan se suspendió sobre la marcha junto con el ministro.
En relación a su nombramiento se comentaba, en los mentideros políticos de la época, que el dictador le indicó a su presidente de gobierno que quería como ministro de educación a ese chico de Granada. El tirano se refería a Luis Sánchez Agesta, un catedrático de derecho político adicto al régimen que fue Rector de la Universidad de Granada y también de la de Madrid.
El presidente del gobierno consultó el mandato que recibió con sus colaboradores que relacionaron los términos chico y Granada con Julito no con don Luis. El resultado de la metedura de pata fue la fallida reforma Juliana el nombramiento de un ministro que se mantuvo sólo unos meses en el cargo, y que se constituyó como un centró de burlas a lo largo y ancho del país, y que un aspirante durante años a ocupar el cargo de ministro, Luis Sánchez Agesta, no pudiera llegar a ejercer como tal aunque el militar golpista que entonces mandaba hubiese decidido que lo hiciera.
Las actuaciones que ha tenido hasta le fecha el actual ministro de Educación José Ignacio Wert recuerdan, al instante, al ministro de la dictadura Julio Rodríguez Martínez.
Le faltó tiempo al señor ministro, tras tomar posesión, para salir a los medios de comunicación para anunciar al país que su gran reforma de la enseñanza consistiría en eliminar el cuarto curso de la ESO para transformarlo en el primer curso de bachillerato.
El señor ministro, al parecer, no hizo una valoración de las consecuencias reales de tal modificación ni lo que perseguía con ella, lo que si llevaron a término los profesionales, de todo signo, de la enseñanza y ellos coincidieron en que los fines que perseguía con su reforma el señor ministro ya se daban en la práctica con la enseñanza obligatoria.
La incidencia que tan inútil modificación tenía sobre el funcionamiento de los centros era incosteable, además de llevar inestabilidad a los mismos, ya que supondría la sustitución de miles de profesores así como el incremento de unidades en algunos centros y las disminución en otros. En definitiva una reforma inútil, complicada y costosa de aplicar por lo que no se podría llevar a térmico en tiempos de crisis cuando se teme un recorte en el capitulo dedicado a la enseñanza que las comunidades autónomas no saben como asimilarán.
Es de imaginar que ante esta situación, que algún asesor explicaría al señor ministro, éste volvió a los medios para con la justificación de perfilar lo que dijo modificar el contenido de la reforma que pretendía hacer, para dejar la ESO tal y como está y hablar de posibilidades de elección por parte de los alumnos en el último
curso, lo que ya se hace en la práctica, e introducir algunas materias optativas nuevas.
Para completar su plan de cambios dirigió su segunda acción a la asignatura EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA y para justificar las modificaciones habló de adoctrinamiento y recurrió, como prueba que lo demostraba, a un texto que no estaba autorizado por el Ministerio para su uso en los centros de enseñanza. Su reforma, aparte de cambiar el nombre de la asignatura y modificar algunos aspectos del contenido pocos trascendentes, sólo conseguirá fastidiar a las editoriales a las que estropeará sus planes de publicación del texto de la asignatura.
Estas reformas, fallidas y en memoria del ministro Julio Rodríguez Martínez, se deberían de llamar las reformas Wertanas, simplemente porque deben llevar el nombre del señor ministro que las promueve, con perdón de los huertanos.
La brillante trayectoria que recorre desde su nombramiento no terminó con lo dicho, para completarla se unió a las mentes más reaccionarias y torpes de este país y formuló declaraciones con las que insultaba a los andaluces, como si hacerlo fuera una obligación de necios.
Los andaluces que son las personas más solidarias, más sufridas, más explotadas y más sabias, de este país llamado España, tienen que soportar periódicamente que algún personajillo busque relevancia política metiéndose con ellos. Tales individuos no hablan de esta región para decir que fue maltratada durante mucho tiempo, porque el estado por tradición no dedicaba sus inversiones a ella ya que era prioritario frenar con recursos la insolidaridad y la codicia de los nacionalismos, los intereses de sectores de presión de las oligarquías económicas y atenerse a otros condicionantes que repercutían para mal en las tierras del sur. Tales individuos dicen que los andaluces son indolentes, incultos, torpes y otras muchas lindezas. El señor ministro se ha unido al coro de necios para decir también que los andaluces son los peores alumnos, que saben poco, que aprenden menos y enseñan mal.
El señor Wert no fue nombrado ministro como consecuencia de una indicación mal interpretada de un dictador sanguinario, como lo fue Julito, pero se ha quemado, como él, sólo en unos meses, por su incapacidad para desempeñar el cargo. Está tan chamuscado que si no lo cesan él debería, por simple dignidad, presentar su dimisión cuanto antes.